En algunos contextos eclesiásticos, especialmente dentro de círculos carismáticos o de megaiglesias, se ha observado una tendencia a enfocar gran parte de la predicación y el culto en métodos de superación personal, motivación y “autoayuda”, antes que en la centralidad del Evangelio de Jesucristo. Esto a veces crea confusión, pues se atribuye al Espíritu Santo lo que en realidad puede ser simplemente el resultado de estrategias o técnicas humanos. Para entender mejor esta situación, conviene revisar varios puntos:
- La diferencia entre lo puramente humano y lo espiritual
Un ejemplo práctico es el de una persona que deja de fumar usando un parche o algún método terapéutico. Queda claro que ese método —aunque beneficioso para la salud física y emocional— no necesariamente implica una transformación espiritual profunda o una regeneración que provenga de Dios. Lo mismo sucede cuando en la iglesia se exagera o se ensalza la eficacia de ciertas dinámicas que no son más que técnicas motivacionales, psicología positiva o métodos de crecimiento personal. - La alegría y la paz que provienen de la salud física
Si la persona que deja de fumar logra un mejor estado de salud, naturalmente experimenta alegría y paz interior. Pero esa sensación de bienestar no debe confundirse con el fruto del Espíritu Santo. Hay millones de personas no cristianas que practican ejercicio, comen saludablemente o se valen de terapias para tener una vida con menos estrés y más felicidad. Sin embargo, esto no equivale a la vida transformada que Cristo ofrece. El cambio espiritual implica una relación profunda con Dios, la obediencia a Su Palabra y la acción genuina del Espíritu Santo. - El sensacionalismo y la superposición de métodos sobre el Evangelio
En algunos movimientos carismáticos, el énfasis parece desviarse de la centralidad de Cristo y la enseñanza bíblica para poner en primer lugar métodos, dinámicas grupales, experiencias emocionales o exhibiciones espectaculares (curaciones, “bendiciones” materiales, etc.). El problema radica cuando estas prácticas se vuelven el centro de la fe, desplazando el fundamento del Evangelio, y se presenta todo ello como si fuera la obra exclusiva del Espíritu Santo, cuando en realidad puede tratarse simplemente de sugestión, manipulación emocional o técnicas psicológicas, y así se corre el riesgo de abandonar la verdadera doctrina. - La buena intención no justifica añadir o alterar la Palabra
Aunque los líderes o iglesias que fomentan estos métodos pueden tener buena intención —especialmente si desean el bienestar de sus fieles—, mezclar o añadir prácticas humanas a la Escritura y atribuirles la misma autoridad divina puede llevar a la herejía. El Evangelio no necesita aditamentos humanos para ser eficaz. Dios es un Dios de orden y equilibrio; cuando la Biblia habla de la obra del Espíritu Santo, se refiere a un cambio integral, que empieza en el corazón y se refleja en una vida transformada conforme a la Palabra. - El equilibrio bíblico
Esto no significa que todos los métodos de autoayuda o psicología estén mal. Al contrario, pueden ser herramientas útiles para la salud mental y emocional de las personas. El problema sucede cuando se confunde el auxilio profesional o técnico (que puede ser valioso) con la obra única y sobrenatural del Espíritu Santo. El apóstol Pablo resaltó en varias de sus cartas la necesidad de la renovación de la mente y de una transformación integral (Romanos 12:2), pero esa transformación está siempre sujeta a la dirección de Dios, y no únicamente a la voluntad humana o a métodos externos.
Conclusión
Dios nos ha dado la capacidad de razonar y servirse de conocimientos médicos, psicológicos o de desarrollo humano que pueden mejorar nuestra calidad de vida. Sin embargo, esta clase de ayudas no reemplazan la verdadera obra del Espíritu Santo, ni son la esencia del Evangelio. La fe cristiana se fundamenta en la obra salvífica de Cristo, la acción soberana de Dios y la dirección que el Espíritu Santo da al creyente. En la práctica, debemos discernir entre lo que es puramente humano y lo que es verdaderamente espiritual, no confundir el bienestar físico o emocional con la salvación de nuestra alma, y sobre todo, no añadir ni desplazar la Palabra de Dios con métodos que, aunque bien intencionados, pueden ser engañosos si suplantan el mensaje central de Cristo.