La evolución de la tecnología es como ver desarrollarse una profecía: llena de avances impresionantes, pero también de señales que invitan a la reflexión. Cada nuevo invento, desde la rueda hasta la inteligencia artificial, ha traído consigo beneficios… y advertencias. La Palabra de Dios nos habla de un tiempo donde la ciencia aumentará (Daniel 12:4), y donde la humanidad caminará por sendas de gran conocimiento pero también de gran peligro.
No es coincidencia que los avances tecnológicos estén alcanzando niveles sin precedentes en nuestros días. La imprenta, el Internet, los satélites, los teléfonos inteligentes y la biotecnología no solo han transformado nuestras vidas, sino que también podrían ser piezas clave en el escenario profético del fin de los tiempos.
Imaginemos un mundo donde drones autónomos, máquinas de guerra impulsadas por inteligencia artificial o sistemas de control biométrico estén al servicio de un poder mundial. Esto ya no es ciencia ficción. Es una realidad que podría ser utilizada para el cumplimiento de profecías como la marca de la bestia (Apocalipsis 13), el control económico y social, y la persecución de los santos.
Dios nos ha dado la capacidad de crear, pero también nos advierte sobre el uso indebido de ese poder. La línea entre la bendición y la maldición es delgada. Como creyentes, debemos estar alertas, discerniendo los tiempos, y utilizando la tecnología con responsabilidad y bajo la guía del Espíritu Santo.
Hoy, gran parte del mundo funciona a través de sistemas digitales. Todo, desde la salud hasta el dinero, depende de redes y algoritmos. Pero esta dependencia también nos hace vulnerables.
¿Qué ocurriría si un apagón global, un ciberataque o una falla de inteligencia artificial colapsaran los sistemas? Jesús advirtió que en los últimos días vendrían angustias como nunca antes (Mateo 24:21). Un mundo dominado por la tecnología podría ser el escenario ideal para una gran tribulación si el sistema cae o es manipulado con fines oscuros.
No se trata de temer a la tecnología, sino de entender que sin Dios, todo sistema humano es frágil. Nuestro verdadero refugio no está en la nube digital, sino en el Altísimo. Por eso, como hijos de Dios, debemos prepararnos espiritualmente, fortaleciendo nuestra fe y también actuando con sabiduría: cuidando nuestra información, utilizando herramientas seguras y educándonos sobre los peligros.
Pero más importante aún, debemos depender de Dios, no del sistema. Cuando todo falle, Él permanece. Si nos preparamos solo con tecnología, estaremos incompletos. Si nos preparamos con fe, estaremos firmes, venga lo que venga.
El desarrollo tecnológico ha traído maravillas, pero también dilemas éticos profundos. ¿Hasta qué punto debemos avanzar? ¿Quién decide lo que está bien o mal cuando se trata de crear inteligencia artificial o modificar la genética humana?
La Biblia nos recuerda que todo lo que hagamos debe ser para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Pero muchas veces, en nombre del progreso, el mundo avanza sin tener en cuenta la voluntad del Creador.
Como cristianos, debemos ser la sal y la luz también en el ámbito tecnológico. Los programadores, empresarios, científicos y usuarios creyentes tienen la responsabilidad de alinear su labor con principios bíblicos. Esto significa rechazar el uso de la tecnología para el mal, luchar contra la injusticia algorítmica, proteger la privacidad y dignidad humana, y denunciar todo aquello que atente contra la vida o la verdad.
Además, debemos tener cuidado con la idolatría moderna. Para muchos, la tecnología se ha vuelto su dios: les da placer, respuesta, compañía, seguridad… pero no salva. Solo Cristo salva. Por eso, más allá de los avances, el verdadero progreso es vivir conforme al Reino de Dios, incluso en una era digital.
La tecnología no es el enemigo. De hecho, puede ser una herramienta poderosa para predicar el evangelio, educar, curar y conectar. Pero fuera del temor de Dios, se convierte en una amenaza. La profecía bíblica nos muestra que en los tiempos finales habrá un sistema global de control y engaño. Y la tecnología será parte de ese escenario.
Por eso, no podemos ser ingenuos. Debemos estar informados, alertas, y profundamente conectados con el Espíritu Santo. Debemos enseñar a nuestras familias a no depender del sistema, sino de la Palabra de Dios. Y como iglesia, debemos ser voz profética en medio de la confusión digital.
Al final, la verdadera esperanza no está en los avances, sino en el regreso glorioso de Jesucristo. Y mientras ese día llega, usemos la tecnología para el bien… pero pongamos nuestra fe solo en el Señor.
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